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Thursday, May 28, 2009

LA TORMENTA



“ . . . Aún así, medio rechazado y casi exiliado, a Juan (el bautista) no se lo podía ignorar. Él no pasaba desapercibido. Tampoco su discurso.

Juan constituía una verdadera amenaza. Los líderes eclesiásticos se sentían amenazados. La comunidad que seguía a esos líderes se sentía amenazada. Los políticos se sentían intimidados. El gobernante más poderoso se sintió tan amenazado, que mandó a matar a Juan. ¡Pobres! Cuando alguien se siente amenazado de ese modo es porque percibe endeble el suelo en el que se ha parado; le falta seguridad y solidez a lo que cree. Por eso Juan no era bienvenido en la comunidad eclesiástica. No porque fuera un «hereje», sino porque no encontraban «verdad» para argumentar en su contra. Fue por eso que lo mandaron a matar, porque su dedo señalaba el pecado y era capaz de iniciar una revolución en la Iglesia y en el gobierno. ¡Eso es una tormenta!


Un maestro no es problema. Un maestro no constituye un problema mientras se encuentre solo. Pero un maestro con seguidores puede resultar una verdadera amenaza, y más aún cuando dice la verdad. Juan iba en esa dirección. Ya era maestro y ya tenía seguidores; el siguiente paso, pensaban las pobres mentes del liderazgo, era una revolución. Un maestro así representa una tormenta.

Lo llamo «La tormenta» porque la meteorología nos dice que la ley básica de una tormenta es que continúa hasta que el desequilibrio que la provocó se equilibre. Y así era Juan, un tipo desequilibrado y un desestabilizador. La falta de autenticidad en la vida espiritual de las personas lo había desequilibrado provocando que se gestara una tormenta que no cesó hasta que llegó aquel que estabiliza todas las cosas.


Juan tenía corazón de revolucionario. No creas que la nobleza y la actitud gentil eran naturales en su personalidad de espiga punzante. Juan no esperaba a Jesús como cordero inocente, él aguardaba a Jesús como el líder de una revolución política y social. Él pensaba que su primo iba a cambiar las cosas con la espada, no con el corazón. Pero igual Juan cambió las cosas, agitó el ambiente, preparó el terreno para su primito.

Era un extraño personaje nuestro Juan. Nunca pudo ajustarse a las normas populares de un estilo de vida que trocaba la expresión personal por la adaptación a un molde sutilmente impuesto por el liderazgo político y eclesiástico de esos días.Resultaba fascinante ver a alguien hablando de Dios sin parecerse a las personas que comúnmente hablaban de Dios. Había que verlo. Había que oírlo.

Aún los que se acercaban a oír para luego criticarlo tenían problemas para conciliar el sueño por la noche. Ahora la tormenta los había alcanzado. Sus corazones latían al borde del pecho con el eco de las afiladas palabras que habían acusado a la conciencia de estos sepulcros blanqueados de pulidas apariencias externas y con normas de éxito, desempeño y ejecución.

Juan me recuerda a mi profeta preferido, si acaso se nos permiten preferencias. Dios envía a Ezequiel a dar palabra a Israel. Y le dice repetidamente que lo manda a hablarle a personas que parecen no haber entendido porque su corazón es empedernido. Y Dios, con esa forma tan peculiar que tiene de fluir a través de este profeta original y colorido, le comunica a Ezequiel que no se preocupe, que él sabe que la casa de Israel no lo va a escuchar, pero que lo manda para que sepan que hubo profeta entre ellos.

Y así era Juan. La gente lo escuchaba, pero tenía que ignorarlo. De todos modos no importaba, todos sabían que había profeta entre ellos.


Ojalá que en tu iglesia sepan que estás tú. Ojalá que tus amigos cristianos sepan que estás tú. Tal vez hagan como que no te escuchan, pero sabrán que estuviste ahí. sientete bien aunque no te escuchen.

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